
Sí. Fue mi primera pega como profesional. Fui apoyo familiar del Programa "Puente entre la familia y sus derechos" en Valparaíso. Trabajé tres años media jornada recorriendo cerros y descubriendo el significado literal de la "punta del cerro" y la "cresta de la loma". Subí y bajé escaleras, crucé quebradas inimaginables, llegué a rincones que no pensé podían habitarse. Fui asistencialista como precisamente me enseñaron en la Escuela NO DEBÍA SER y entregué frazadas, sopas y leche. Comencé con 16 familias, y terminé con 110, colon irritable, úlcera y demases males de la "Neuro histeria", como decían algunas de mis viejis. Me doblé el pie un par de veces, me caí de bruces otras tantas, y me volví a parar. En los tres años no paré de buscar una pega alternativa, lo que resultó por insistencia. Formé parte de un equipo de 32 jóvenes que dejábamos las patas en la calle y de vez en cuando entrábamos en engorda, porque en las extensas jornadas laborales no faltaba la familia que te daba el gigante plato de garbanzos con rari Cola.
Sí. Sufría con las lluvias porque significaba que las familias colapsaban y tenía que correr a darles una aspirina, pero especialmente porque conocía a los rostros tras la cifra, a los niños y las niñas, a las jefas de hogar y a los hombres que vivían con un ingreso per cápita de $20.000 mensuales, o incluso menos. Porque compartía con ellos, entraba a sus hogares, conocía sus historias, y sus sueños. Y yo no tenía nada que ofrecerles, y me sentía podrida, porque era la cara del Programa Estrella de Ricardo lagos, con el que superaría la extrema pobreza, el mismo que le presentaba a Lula cuando lo llevaba a terreno, el que exponía en las cumbres de desarrollo social, mostrando cifras de éxito, con un modelo de intervención replicable en otras partes del globo. Y yo, veía que este modelito con suerte tenía resultados positivos en un diez por ciento de las familias.
Pero debo decir también, que me movilizaba la idea de salir de la oficina, y llegar a terreno, de pasar de la visión de beneficio a derechos, el derecho de vivir mejor, de acceder a trabajo estable, etc. Y aún recuerdo a Marina, Tato, Franchesca, Marisol, Pamela y tantas otras mujeres que con fuerza y y perseverancia sacan adelante a sus numerosas familias, enfrentan el día a día y sueñan un futuro mejor. Los aprendizajes construidos, las risas, los abrazos, el afecto, y tantas cosas inolvidables... En el 2005, tomé mis lápices, mi mochila, y mis cosas, y dejé atrás ese trabajo para un futuro laboral distinto, dejando parte de mí y de mi historia en ese equipo, con esas familias... en esas calles. Y aún cuando me encuentro con las familias, un fuerte abrazo me muestra que el tiempo y la distancia no borran todo lo vivido, lo compartido y lo entregado... Al fin y al cabo, valió la pena...