La mañana de ese 11 de Septiembre, Valparaíso fue una de las primeras ciudades que empezaron a ver movimiento militar. Mi madre, en ese tiempo, era dirigente estudiantil del Partido Socialista, junto a su mejor amiga. Mi padre, por su parte, un joven que había ingresado recientemente a la Armada, como su padre, sus hermanos mayores, quizás el destino que veía trazado para sus hijos futuros, como una forma de movilidad social.
Las versiones que tengo del golpe militar en boca de mis padres, sólo pude obtenerla el el año 89, con el retorno a la democracia. Antes el miedo silenciaba el tema en las dinámicas cotidianas. La negación era parte del día a día, mi padre amenazado explícitamente de realizar cualquier manifestación disidente, y mi madre, acallada por la experiencia de desaparición y tortura de amig@s y conocid@s... miedo que la paralizó e incidió en que se retirara de la lucha.
Pese al silencio de mi hogar, mi abuelo, mi querido Tata, de pequeña me hablaba del Presidente que quería cambiar la historia. De la forma en que por primera vez pudo mantener a su extensa familia (doce hijos, esposa, suegra, sobrinos, que vivían en su hogar), alimentarlos, vestirlos, sin tener que recurrir al robo como estrategia de sobrevivencia. Cómo pudo pensar en la posibilidad concreta de tener una casa propia donde poder ver desarrollar su extensa familia. Mis tíos me hablaban cómo el Chicho, el "Presidente que no se rinde, mierda", murió en su labor, en La Moneda, el palacio de Gobierno bombardeado por soldados que en ese momento estaban en el poder. Eso, con Silvio, Quelentaro, Quilapayún, Víctor Jara, Violeta, Sol y LLuvia, el Programa radial Dimensión Latinoamericana, y las noticias de El Diario de Cooooooperativa, en medio de ejemplares de revista Análisis, APSI, documentales clandestinos y banderas rojas que plagaban las piezas.
Mientras en mi casa se escuchaba Pimpinela o Peter Frampton, y se veía Sábados Gigantes o Éxito, la casa de mi abuelo era una especie de escuela política para mí, con las respectivas limitaciones que tiene una niña pequeña de hacerse cargo de esta socialización. Idealicé el partido socialista, mi tío con una bandera chilena en la espalda, me llevó a la tumba del Chicho en Santa Inés, ví con impacto una revista de portada negra que hablaba de las osamentas encontradas en Pisagua, escuché los testimonios de mis tíos torturados, exiliados, perseguidos. Realidades muy fuertes para alguien de esas edad, pero que sin duda no se comparan al dolor de niños y niñas que vivieron el dolor en forma directa, que perdieron a sus familias, y su historia se cuenta con el terrorismo de Estado en su dimensión real.
Las contradicciones de los silencios y testimonios son parte de mi historia, la misma que me sesga al mirar esta fecha y me hace ver el mundo, pensarlo, y soñarlo. En mis años universitarios milité en el partido, me pegué porrazos, participé de algunas reivindicaciones, y no pierdo la capacidad de pensar en un mundo distinto.
Un 11 de Septiembre como hoy, no puedo dejar de pensar, que aunque pasen 100 años, debemos seguir recordando los sueños truncados a punta de fuerza, la intolerancia en su expresión máxima, en el dolor instaurado, en el país escindido. Porque soy hija de esa cruel dictadura de Pinochet y su derecha ultra fascista, la misma de Longueira, Piñera y otros que dicen empatizar con las causas del país, con su disfraz de oveja que áun compran...
Las versiones que tengo del golpe militar en boca de mis padres, sólo pude obtenerla el el año 89, con el retorno a la democracia. Antes el miedo silenciaba el tema en las dinámicas cotidianas. La negación era parte del día a día, mi padre amenazado explícitamente de realizar cualquier manifestación disidente, y mi madre, acallada por la experiencia de desaparición y tortura de amig@s y conocid@s... miedo que la paralizó e incidió en que se retirara de la lucha.
Pese al silencio de mi hogar, mi abuelo, mi querido Tata, de pequeña me hablaba del Presidente que quería cambiar la historia. De la forma en que por primera vez pudo mantener a su extensa familia (doce hijos, esposa, suegra, sobrinos, que vivían en su hogar), alimentarlos, vestirlos, sin tener que recurrir al robo como estrategia de sobrevivencia. Cómo pudo pensar en la posibilidad concreta de tener una casa propia donde poder ver desarrollar su extensa familia. Mis tíos me hablaban cómo el Chicho, el "Presidente que no se rinde, mierda", murió en su labor, en La Moneda, el palacio de Gobierno bombardeado por soldados que en ese momento estaban en el poder. Eso, con Silvio, Quelentaro, Quilapayún, Víctor Jara, Violeta, Sol y LLuvia, el Programa radial Dimensión Latinoamericana, y las noticias de El Diario de Cooooooperativa, en medio de ejemplares de revista Análisis, APSI, documentales clandestinos y banderas rojas que plagaban las piezas.
Mientras en mi casa se escuchaba Pimpinela o Peter Frampton, y se veía Sábados Gigantes o Éxito, la casa de mi abuelo era una especie de escuela política para mí, con las respectivas limitaciones que tiene una niña pequeña de hacerse cargo de esta socialización. Idealicé el partido socialista, mi tío con una bandera chilena en la espalda, me llevó a la tumba del Chicho en Santa Inés, ví con impacto una revista de portada negra que hablaba de las osamentas encontradas en Pisagua, escuché los testimonios de mis tíos torturados, exiliados, perseguidos. Realidades muy fuertes para alguien de esas edad, pero que sin duda no se comparan al dolor de niños y niñas que vivieron el dolor en forma directa, que perdieron a sus familias, y su historia se cuenta con el terrorismo de Estado en su dimensión real.
Las contradicciones de los silencios y testimonios son parte de mi historia, la misma que me sesga al mirar esta fecha y me hace ver el mundo, pensarlo, y soñarlo. En mis años universitarios milité en el partido, me pegué porrazos, participé de algunas reivindicaciones, y no pierdo la capacidad de pensar en un mundo distinto.
Un 11 de Septiembre como hoy, no puedo dejar de pensar, que aunque pasen 100 años, debemos seguir recordando los sueños truncados a punta de fuerza, la intolerancia en su expresión máxima, en el dolor instaurado, en el país escindido. Porque soy hija de esa cruel dictadura de Pinochet y su derecha ultra fascista, la misma de Longueira, Piñera y otros que dicen empatizar con las causas del país, con su disfraz de oveja que áun compran...
Sólo decir... que creo en la Democracia como un valor, como un sistema a construir, lo que es un tema que me obsesiona y moviliza. Que creo que lo dado es posible de cuestionar, y que áun quedan espacios para crear... y si no... A CREARLOS. aunque eso signifique cabezazos, porrazos, frustraciones, me volveré a parar. porque en mi fenotipo tengo raíces revolucionarias... de las que me hago cargo...